Por: Benjamín Argumento
Algunos nombres en este relato fueron omitidos o cambiados
Mientras pedaleaba por Isabel la Católica iba pensando que es mucho mejor vivir en la Obrera que en el Centro. No hay tanta gente, no hay tanto borlote, y de todas formas cuando necesito venir al centro me toma 10 minutos. Llegué a la esquina de Belisario Domínguez y me bajé de la bici. El edificio de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación está casi hasta la esquina, pero preferí empujar la bici por la banqueta a aventar lámina a los peatones o esperar a que cambiara el semáforo, que eran mis otras opciones.
En cuanto crucé la puerta del edificio me vinieron a la memoria todas las veces que había estado ahí, para reuniones de grupos o comités, congresos, asambleas…
– Vengo a la cabina de radio – le dije a un muchacho flaco, que se entretenía con su celular.
– Sí, nomás regístrate.
– ¿Me prestas tu pluma? – dije, señalando el bolígrafo que hacía girar entre sus dedos. Me lo pasó sin decir nada cuando se dio cuenta que eso era con lo que jugueteaba.
Arrumbé mi bici entre otra docena de bicicletas que descansaban amontonadas al pie de la escalera central y subí al segundo piso. Ahí vi un letrero grafiteado que decía “página rota”. Caminé un poco a tientas hasta que encontré la cabina, imperdible por los stickers que hay en la puerta.
Adentro estaba el Yona, alias el bida culera, con dos compas más, probando el sonido de su recién montada cabina de radio. En un cubículo de oficina habían construido una cabina que ocupa seis octavos del espacio, sólo dejando un pasillito donde había un par de sillas y un escritorio con una computadora. Adentro de la cabina, más espaciosa que el pasillo, había otro escritorio y más sillas, micrófonos y una cámara reflex digital.
– Mira, así usamos el material que nos donaste – me dijo el Yona, señalando los bloques de hule espuma que cubrían las paredes de la cabina.
– Que chido, te digo que ese material le sobró a un taller que rentaba unos cuartos en mi casa, así que qué bueno que le den uso.
Me acomodé en un rincón y nos pusimos a platicar.
– ¿Qué sabes de esta chava? – me preguntó.
– Que curioso que me preguntes de ella, justo te iba a preguntar yo también. No la he visto para nada, y eso que sigo yendo con el dealer que ella me presentó.
Todos rieron.
– Yo tampoco la he visto. Ni en las marchas ni en otros espacios.
– Sí, yo también solía encontrármela en las marchas. Quién sabe dónde ande.
– Pues es que de eso si acabamos muy peleados.
“Eso” era el hackerspace Rancho Electrónico. Un espacio que había sido muy chido, pero del que en un momento, tanto el Yona como yo nos habíamos abierto.
– Sí, que mal pedo– dijo el Yona, y volteando a ver a sus amigos les dijo – era un lugar mágico, donde podías hacer todo.
Y sí, era un lugar mágico, como he visto muchos otros. El cubo “Cachunbambé”, la Okupa Che, la Casa del Lago cuando era territorio liberado, la Mártires del 68, el Chanti, el Altépetl, los cubos estudiantiles, las acampadas aquí o allá. Unos duran, otros no. El Chanti terminó siendo tomado por la policía. El Altépetl creo también. Unos acaban siendo escenario de abusos, de grupitos que se vuelven ridículas burocracias liliputenses, de celos y cuernos y mentiras. Otros no. O no tanto. O no me he enterado.
– Lo que pasó fue que se formó un “club de Toby”. Un grupo de puros batos que querían controlar todo.
– Sí. También es cierto que eran los que más estaban en el espacio, pero formaron un grupo que decidía a espaldas de la asamblea. Luego el pleito se puso muy intenso.
– Sí se puso muy feo. Gente que sabía que venía de la huelga de la UNAM, con unas actitudes que nunca me hubiera esperado…
– Gacho – respondí – pero así pasa. Los espacios se vuelven lugares donde la gente gana prestigio, y cuando hay críticas al espacio cierran filas para no ver manchado su prestigio.
– Tú fuiste el que más peleado acabó de eso. Al que más carrilla le echaron.
– Sí – dije recordando cómo acabé peleado con todo mundo, y señalado por alguna como “el problema por mis ideas de izquierda de los años setenta”.
– Con este bato, mengano, sí acabaste bien mal.
– Si me encuentro a ese goey en algún lado va a haber putazos – sentencié.
– ¿Y con este otro bato, también acabaste mal?
– Sí, con todos, ya no la llevo con nadie de esa banda.
– Hay un delay – dijo uno de los compas que estaban probando el audio – un delay como de dos segundos.
Todos tomamos turnos en ponernos los audífonos que servían de monitor y escuchar. Y sí, todos coincidimos en que había un delay como de dos segundos.
– ¿Qué será? ¿La compu?
– A lo mejor se le está acabando el RAM – aventuré.
Me voltearon a ver.
– ¿Cómo vemos eso?
– A ver, dejen echo un ojo.
Teclee en la terminal “neofetch”, no estaba instalado.
– ¿Le puedo instalar un programa?
– Sí, métele mano. Ahí está el password de superusario – me dijo el bida culera señalando un masking con unas letras y números escritos con marcador.
Tener una máquina con Linux y el password pegado en la pared. Eso es seguridad en redes, pensé, recordando que no era la primera vez que veía los passwords escritos en un pizarrón o en un post it.
Teclee el comando para instalar neofetch. Me respondió con un mensaje de error de dkpg.
– Ah mira, ese es el mensaje que nos está dando cuando queremos actualizar la máquina.
Al final del mensaje de error venía el comando para arreglarlo. Lo teclee y la máquina empezó a hacer un update.
– Desde esa bronca casi no he andado en nada, nomás en un Comité por Palestina, pero eso tampoco duró – dije.
– Está bien cabrón lo de Palestina. Por cierto, ¿conoces a una morra que anda en eso y usa un sombrero con esta forma? – me preguntó el Yona, describiendo el sombrero y otras señas de la morra.
– Sí, la conozco, pero no le hablo. La he querido saludar porque la he visto en muchas marchas, pero nunca me ha pelado.
– Me dicen que es una chava medio agresiva, que no habla con casi nadie. Creo que está medio lurias.
– Sí, esa vibra me da.
– Bueno, aquí todos estamos un poco locos – interrumpió una de las compañeras, la única mujer entre las 4 personas que ahí estábamos.
– En su defensa diré que andar siguiendo las noticias de Palestina, ver las atrocidades, los cuerpos destazados, los niños hambrientos, es algo que enloquece y pone agresivo a cualquiera.
Se hizo un silencio. Un minuto después la máquina acabó de actualizarse y pude checar cuanta RAM y qué procesador tenía.
– Tiene 16 GB de RAM y un CPU core i7 a 3.8 ghz. Está chingona, no creo que sean problemas de RAM, más bien creo que puede ser que no esté actualizada. De hecho está bien chingona.
– La armó el k450 para el proyecto de televisión en el que andábamos. Estaba arrumbada en un rincón. Nadie daba un peso por ella y me la dejaron.
– Ese goey le sabe un chingo, sí se armó una compu que sirve bien para audio y video.
Mientras hablábamos apareció un mensaje en la pantalla. “A su versión de ubuntu le quedan nueve días de soporte. Recomendamos cambiar a la versión LTS 24.04.” Hice la actualización y rebooteamos la máquna. Volvieron a checar el audio.
– Ya no tiene el delay. O sí, pero muy poquito, menos de un segundo.
– Con eso tenemos para arrancar.
Terminadas las pruebas de sonido y solucionado el problema empezaron a recoger todo.
– Ya me muevo – dije mientras agarraba mi chamarra. Noté que en un revistero había un bonche del periódico anarquista Motín – Orale, tienes el Motín.
– Los dejó un compa al que también vamos a entrevistar.
– Ah, órale, yo conocí a un par de compas que trabajaron en eso.
– Fue fulano. Si quieres llevate uno.
Sí, ubico a fulano, pensé mientras doblaba el periódico para que cupiera en mi mochila, pero los compas con los que me llevaba que trabajaban en Motín acabaron uno en el obradorismo y otra siendo dueña de un restaurante en la Roma que cerró hace años, y luego le perdí la pista.
Preferí no mencionarlo.
– Va, nos vemos.
Me despedí y bajé las escaleras, cruzandome a un grupo de maestros que al parecer salían de una reunión. Hice una seña de despedida al muchacho flaco que seguía de guardia en la entrada, quien no notó mi gesto.
Mientras pedaleaba de regreso a mi casa, atravesando calles todavía bulliciosas a pesar de que la mayoría de las tiendas ya habían cerrado, canturreaba:
Rien n’a changé mais tout commence
Et va mûrir dans la violence